Humo blanco en Europa

Publicado en Enterarse

La COVID-19 obliga a reinventarse para afrontar la nueva normalidad, situación que Europa viene gestionando en un tira y afloja a nivel político. El viejo continente está sentenciado a una profunda crisis económica por la pandemia, y el reciente plan económico por 750 mil millones de euros aflora como la luz en medio de tanta oscuridad. 

Imagen: Reuters

La pandemia de la COVID-19 obliga a realizar cambios, reinventarse y hacer reajustes a nivel mundial. Recientemente, sonaron bombos y platillos en Europa porque, luego de aproximadamente 4 meses desde el brote del virus, los países del viejo continente llegaron a un acuerdo para la reconstrucción económica de largo aliento.

Como paso previo veamos cual era la situación pre-COVID-19. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional (FMI)[1], Europa venía creciendo a tasas de 1.2% en términos de Producto Bruto Interno (PBI) en el periodo 2012-2019, cuando las economías emergentes crecieron a tasas de 4.6% en el mismo periodo. La situación europea responde a la recuperación post crisis de deuda de 2010, la desaceleración económica mundial, las guerras comerciales entre EEUU y China, la salida de Reino Unido de la Unión Europea (conocido como Brexit), y por factores internos.

 Veamos, Italia ya vivía un estancamiento económico (0.1% entre 2012-2019) con riesgos de colapso, una deuda publica elevada (134% del PBI) y problemas políticos que llevan años. Incluso se hablaba que sería la próxima Grecia, sin considerar el escenario de la COVID-19. Ahora bien, España no se había recuperado por completo desde la crisis financiera del 2008-2009 y venía desacelerándose económicamente desde el 2016. A ello se suman problemas de cuentas fiscales (deuda pública cercana al 100% del PBI), problemas de productividad, baja diversificación exportadora y un sistema político fragmentado[2]. Por otro lado, Grecia salía lentamente de sus problemas de deuda (176% del PBI) con una perspectiva positiva. Estos países mencionados, son conocidos como los países periféricos o algunos los etiquetan como los países “pobres” porque no tienen cuentas fiscales sanas tanto en deuda pública como en déficit público.

Ahora bien, en este año se dio el Brexit y el acuerdo comercial chino-norteamericano de fase uno. Las perspectivas a inicios de año no eran precisamente negativas o pesimistas. Pero, como sabemos, todo cambio a raíz de la COVID-19 y su expansión agresiva en Italia y España como focos de infección europeos.

Analistas señalaban que una vez más la Unión Europea brillaba por su ausencia en momentos difíciles. Es cierto, el Banco Central Europeo (BCE) se puso al hombro el problema y empezó a aplicar una política monetaria expansiva para inyectar liquidez a la economía. En ese momento, la jefa del BCE, Lagarde, mencionó que, si bien el BCE haría todo lo que fuera necesario, dijo que también correspondía a los gobiernos ponerse una mano en el pecho y trazar políticas fiscales para aliviar la situación[3].

Una vez más, pocos creían que los jefes europeos pudieran sentarse y llegar a acuerdos de manera pronta. Las reuniones virtuales empezaron, pero las expectativas eran bajas. Muchos tenían en mente la crisis de deuda de 2010, y la lenta capacidad de respuesta de la Unión Europea.

Las grietas se abrieron a medida que se reunían los líderes europeos. Los países “frugales” (Países Bajos, Austria, Suecia y Dinamarca) no aceptaban transferencias a “fondo perdido”, es decir, sin exigir algo a cambio a los países que recibirán el dinero. Por otro lado, los países del sur como Francia, Italia y España reclamaban la solidaridad europea en estos momentos cruciales en su historia. El telón de fondo es que un préstamo de la Unión Europea a los países implicaría un aumento significativo de deuda como porcentaje del PBI, situación que agravaría su recuperación en los próximos años. La propuesta eran los “coronabonos”, es decir, que la UE emitiera bonos (deuda) respaldados en el bloque europeo para que los países individuales no se vieran afectados en su proporción de deuda.

Como si fuera humo blanco saliendo del Vaticano, el 21 de julio se anunció un plan económico por 750 mil millones de euros. Este dinero se compone de 390 mil millones en ayudas directas, es decir esta es la solidaridad europea pues es dinero que los países no devolverán. El saldo, unos 360 mil millones serán préstamos, que obviamente deberán ser devueltos. Otro punto importante en el acuerdo es que se ha destinado 1,074 billones de euros para el presupuesto de la UE en el periodo 2021-2027.

Muchos están de acuerdo en que este plan de reconstrucción es muy positivo. El BBVA Research[4] señala que este plan equivale a 5% del PBI de la Unión Europea y que, si bien los acuerdos pudieron ser mejores, debemos entender que la situación política estaba muy agitada y aun así se llegó a consensos.

Una arista importante es que, quizás, en adelante los ojos estarán puestos en los países europeos y no tanto en el BCE o en la UE (porque ya hicieron su tarea). Por ejemplo, España se embolsará unos 140 mil millones de euros con este plan, de los cuales unos 72,700 millones de euros serían ayudas (dinero sin devolución)[5]. Además, este plan europeo deberá ser un primer paso a la tan esperada integración fiscal para tener mayor coordinación en el bloque.


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